Entre la cultura y el arte, muchas historias anfibias se han tejido, brincando entre lirios de adoración, fertilidad, protección; tanto como entre pantanos de mitos, temores e ignorancia.
†MVZ. Luis Fernando De Juan Guzmán, Departamento de Medicina, Cirugía y Zootecnia para Pequeñas Especies Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia UNAM
En las grandes urbes del siglo XXI, existe una tendencia −desgraciadamente cada vez más grande− de poseer fauna silvestre como animales de compañía, poniendo a las poblaciones naturales en peligro y llevando a muchas especies al borde de la extinción, desequilibrando al mismo tiempo sus nichos ecológicos. Al principio fueron los mamíferos, las aves y los peces, los más solicitados, sin embargo, los reptiles son cada vez más demandados y los anfibios están rápidamente captando el interés del público.
Pero ese atractivo por los anfibios no es nuevo. Desde hace miles de años han fascinado al hombre, que al observar sus características especiales, los ha involucrado en distintos aspectos de su cultura.
La diosa rana
En el antiguo Egipto, donde los dioses estaban estrechamente vinculados con los animales, el culto a Heqet (Heqt), la “diosa rana”, se remontaba a tiempos inmemoriales. Esta deidad ya aparece en los Textos de las Pirámides, uno de los escritos más antiguos del mundo.
La diosa rana es esposa del divino alfarero Khnum y madre de Haroeris. Khnum era el dios alfarero con cabeza de carnero, que insuflaba el alma de las personas al momento del nacimiento (el mismo instante en el que el dios terminaba la efigie en barro). En ese momento Heqet tocaba la nariz del niño con el anj (cruz ansada) de la vida y animaba así al niño y a su ka (fuerza vital).
En la mayoría de los mitos griegos, como en el resto de las culturas de todos los tiempos, aparecen animales y entre ellos, las ranas. Cuenta la leyenda que cuando Leto huía junto con sus hijos Apolo y Artemisa de la furia de Hera, la celosa esposa de Zeus decidió bañar a sus vástagos en un río. Sin embargo, unos boyeros se lo impidieron y en castigo, Leto los convirtió en ranas, condenándolos a vivir por siempre en el agua.
Mesoamérica anfibia
El dios Xólotl −hermano mellizo de Quetzalcóatl− tenía potestad sobre todas las cosas dobles, sobre los gemelos y sobre los seres monstruosos, ya que se trata del “gemelo monstruoso”, mientras que Quetzalcóatl era el “gemelo precioso”. Los ajolotes, con su aspecto un tanto grotesco, estaban consagrados precisamente a Xólotl. Mientras tanto, las ranas estaban vinculadas a Tláloc, dios de la lluvia, y se creía que caían de los cielos junto con las gotas de agua durante las tormentas.
Los mexicas creían que toda la creación había surgido de un monstruoso sapo llamado Tlaltecuhtli que nadaba en el agua primordial.
En el México prehispánico, si una rana entraba a la casa, era el anuncio de una fortuna adversa, del advenimiento de alguna enfermedad o incluso de la muerte de un miembro de la familia. También podía significar que un enemigo estaba haciendo brujería en contra de sus ocupantes. Sin embargo, las ranas igualmente estaban relacionadas con la lluvia –a la que atraían con su canto− y con el desarrollo del maíz, por lo que en la época llamada Tozozontli, se ofrecía el sacrificio de una rana al dios Cinteotli, deidad de este cereal.
Así, eran asociadas a la fertilidad no sólo de los campos, sino también de las mujeres. Por otra parte, se acostumbraba que en la época llamada Izcalli, se preparaban ranas y se las daban como alimento a los niños.
Las ranas contando las estrellas
Los mayas creían que las ranas tenían la encomienda de contar las innumerables estrellas del cielo y que por esa razón croan a lo largo de toda la noche. No obstante, una noche es insuficiente para contar tan enorme cantidad de brillantes astros y como las ranas nunca acaban, tiene que reiniciar su tarea cada velada.
Diego Rivera (1886-1957) solía incluir sapos y ranas en algunas de sus obras, pues él mismo era conocido como el “sapo-rana” desde que una vez lo llamó así María Félix (1914- 2002), de quien el pintor estaba enamorado. La Doña de esa forma quiso resaltar la enorme fealdad de Diego, comparada con su impresionante belleza.
Ojalá que las ranas y sapos que han simbolizado por siglos al amor, sirvan de inspiración a los seres humanos para que amen a todos los extraordinarios y fascinantes animales de nuestro planeta.