La buena o mala relación con los animales, se determina en la infancia, cuando nos relacionamos con el medio externo de diferentes maneras.
Psic. Fraga Ostos
Generalmente a quienes no les gustan los perros o gatos, les ocurrió una experiencia negativa intensa en la infancia, y evitan cualquier contacto futuro.
Sin embargo, no sólo los que han tenido malas experiencias con animales les rehúyen, sino también las personas que desconocen sobre ellos y pretextan de higiene, alergias o enfermedades, cuestiones de comodidad, no quieren asumir responsabilidades, o incluso por temas culturales, creencias o lo peor: una falta total empatía por otro ser vivo.
No es necesario etiquetar como “malas”, a las personas que son frías o no les gustan los animales, pues tampoco es forzoso que les agraden, pero para quienes nos gustan y comprendemos su valor y derecho a ser feliz, como los miembros de esta hermosa comunidad, ese impacto tan diferente, es un obstáculo difícilmente salvable.
RED FLAG
El tema se eleva si, más allá de no gustarles el contacto o la idea de tener uno en casa, promueven que la gente no debería tener, fomentan la indiferencia, o por supuesto, parecen tener potencial de maltrato.
Alguien que no respeta a los animales, que hace comentarios despectivos sobre ellos, se aleja con cara de asco o trata de agredirlos sin que le hagan nada, no sólo parece haber tenido un mal episodio en el pasado, sino que con total conciencia está decidiendo ejecutar cosas que la ética debería ser suficiente para saber qué está mal.
Si tienes relación o contacto con alguien así, haz un ejercicio de reflexión. Piensa qué tanto aporta a tu vida esa persona. En realidad, ese comportamiento extremo es una red flag absoluta, que deberías de considerar, ya que difícilmente podrán tener un vínculo con los animales y eventualmente afectará y romperá el vínculo que tengas con ella.
O ayuda a esa persona, a perdonar a ese mal recuerdo.