Cuando pensamos en los colores que representan a los gatos y su comportamiento, los tonos fríos suelen ser los primeros en venir a la mente.
Aunque asociamos a los gatos con el azul, morado, o verde, es innegable que en su pelaje también se encuentran tonos cálidos, como el marrón, el ámbar o el dorado. Esta mezcla de colores fríos y cálidos es lo que da lugar a patrones como el “tabby” (atigrado) y otros diseños únicos en el mundo animal.
Sin embargo, los colores fríos parecen prevalecer en la cosmogonía felina cuando se trata de describir el “aura” de estos animales. Esos tonos suaves y apagados complementan la naturaleza reservada y serena de muchos felinos, y cuando los vemos, nos transmiten un sentimiento de quietud.
En el ámbito de la decoración y los diseños de productos para gatos, estos colores fríos también son recurrentes. Muchos artículos como camas, rascadores y juguetes para gatos están diseñados en tonos fríos, pues estos transmiten una sensación de calma. Además, estos tonos combinan bien con cualquier ambiente y no resultan invasivos, por lo que tanto el felino como su espacio se mantienen en armonía.
El azul, además, se asocia con la percepción y sabiduría, cualidades que pueden recordar la aparente comprensión de los gatos ante su entorno.
La conexión entre los colores fríos y los felinos va más allá de una simple coincidencia estética. En la historia y el arte, los gatos han sido representados muchas veces en tonos fríos, especialmente en ambientes oscuros o de noche, en los que sus habilidades sensoriales son destacadas.
Son, además, asociados con deidades y figuras espirituales, como ocurre en el antiguo Egipto, donde los gatos eran considerados sagrados y protectores. Esta asociación espiritual resalta la conexión con el “más allá” o con lo “oculto”, algo que los colores fríos representan perfectamente.
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