Muchos animales evolucionaron por el uso que les fuimos dando, o sea, los hicimos evolucionar. Perros y gatos tienen algo más especial: ganas de evolucionar.
Paco Colmenares, Director Editorial.
Nuestro perro, nuestro Canis lupus familiaris, es probablemente el primer animal domesticado por el hombre, con evidencia que sugiere que esta relación comenzó hace más de 15 o 20, 000 años, a partir de lobos grises que, se cree, comenzaron a acercarse a los asentamientos humanos en busca de restos de comida. Con el tiempo, los humanos comenzaron a criar a aquellos lobos que mostraban menos agresión y una mayor disposición a la cooperación.
En nuestra compañía, por crianza o adaptación, han desarrollado una inmensa variedad de tamaños y formas en comparación con sus ancestros lobos, incluyendo cambios en el tamaño del cráneo, orejas y hocico, así como una evolución mental como pocas especies han tenido en milenios.
El caballo, por ejemplo, modificó especialmente su tamaño, musculatura estructura ósea y resistencia; los ovinos y vacunos evolucionaron con diferentes características de lana, tamaño y producción de leche, y las aves de corral han desarrollado variaciones significativas en tamaño, tasa de crecimiento y producción de huevos.
Sin embargo, el perro ha tenido algo especial que estos otros no. Sus ganas de pertenecer, de ser parte de un grupo en donde hay humanos, de hacer algo tan poco natural como agradarle a otra especie. Ha motivado su cerebro por milenios a aprender, memorizar, adivinar lo que queremos, con tal de ganarse nuestro afecto.
Recorre con nosotros más del camino del perro.
¿Y el gato?
Al contrario de los perros, han permanecido aparentemente sin cambios por milenios, al menos en lo visual. Una reducción de tamaño respecto a sus ancestros salvajes orientales, parece ser el único gran cambio.
Los gatos son más nuevos en nuestra línea cronológica, con datos que los colocan alrededor de los 10, 000 años a nuestro lado.
Con pocos depredadores (no, los perros no representan realmente uno), parecía más útil esconderse mejor, que defenderse más; mientras tanto a los humanos no les interesaba hacerlos evolucionar, como dice la Doctora en Epigenómica Eva-Maria Geigl: “los gatos se comportaban exactamente como los granjeros necesitaban: mataban plagas de roedores, no había necesidad de alimentarlos, ni cuidarlos, no eran peligrosos… eran simplemente un regalo para los agricultores”.
Pero mentalmente, es otra historia. Como no exigimos nada, se convirtieron en “flojos” evolutivamente, pero eso da más tiempo de observación y análisis de lo humano. ¿Tú me ves desde lo alto? Buscaré un lugar para acercarme a tu altura. ¿Cómo agarras las cosas? Voy a intentar rodear tu dedo con mis garritas. Entonces cuando haces ruidos con la boca… ¿suceden cosas? Empezaré a hacer sonidos -maullar- hasta que algo suceda. Y sucedió.
Comenzamos a platicar con ellos, a responder a su maullido, darles comida cuando lo hacían, traer juguetes para sus manitas, poner repisas y árboles trepadores. Completaron el círculo de la domesticación, al enseñarnos cómo quieren ser domesticados.
Por no decir que lo están revirtiendo un poco.
El reino de uno de los gatos más antiguos.