Cómo amamos

El amor, tan difícil de explicar hasta para nosotros, es también un sentimiento que nos hace vincularnos, perdonar, confiar y colaborar. Así como los animales que aman y nos aman, lo hacen con nosotros.

Paco Colmenares

Para las personas con uno o más animales en casa, y que hemos desarrollado una relación de apego con ellos, nos es relativamente fácil hablar sobre sentimientos hacia ellos. Para la mayoría o casi todas las personas, las respuestas inmediatas “lo quiero” o “lo quiero mucho” es algo muy sencillo, pero incluso un gran número de esas personas podría decir “lo amo”. ¿Pero ellos? ¿Nos aman a nosotros?

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La ciencia detrás del amor

Mas allá de una definición que nos explique qué requisitos se necesitan para que un sentimiento sea catalogado como amor, cariño o amistad, lo que sí podemos definir científicamente, es lo que sucede cuando tenemos este tipo de sentimientos, cuando amamos.

El amor, la emoción de amar, es mágica por si misma, aunque pueda ser explicada con diagramas y matemáticas. La profunda explosión de placer y dicha que se experimenta al amar, no reduce su importancia por el hecho de que hoy podamos explicarlo un poco más.

No vamos a meternos demasiado en fisiología, pero es fácil entender que los sentimientos positivos hacia otro ser, lo son porque nos producen placer, bienestar o alivio cerebral. Nuestro cerebro le dice a nuestro cuerpo “te sientes bien” a través de inyección gradual de neurotransmisores, sustancias que segregan las neuronas para comunicarse, y hormonas, sustancias que producen glándulas especializadas y que se segrega a todo el cuerpo a través de la sangre, para hacerle reaccionar.

La hormona del amor

Como humanos hacemos muy complejo el proceso de amar (y más aún, de aceptarlo) porque le damos significado, contexto y hasta visión de futuro a las palabras, por lo que decimos que “amar y querer no es igual”, o hacemos diferencias entre cariño, amistad, afecto o pasión, aún si muchas veces nuestras reacciones bioquímicas y sus consecuencias (visibles o no) sean iguales. Aún así, en cada uno de estos “peldaños” de la escalera de amar, el cerebro produce y distribuye por el cuerpo neurotransmisores y hormonas. Aunque hay muchas de estas sustancias, y cada una de ellas tiene funciones muy complejas, nos detendremos por esta vez en una, que ha revolucionado la comprensión fisiológica de las emociones mamíferas (no sólo humanas) desde su descubrimiento a mediado de la década de 1950. Me refiero a la Oxitocina.

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La famosa Oxitocina

La oxitocina es una hormona producida en el hipotálamo, cuya principal definición sería la de neuromodulador del sistema nervioso, o sea, su existencia y producción cambia y se regula ante ciertos comportamientos, en su caso, enfáticamente, ante comportamientos sociales.

Aún estamos aprendiendo mucho de la oxitocina, pero sabemos que esta hormona aparece y se incrementa ante la presencia de seres muy cercanos a nosotros. Ante hijos y padres, se secreta la forma más obvia de oxitocina. Su producción está relacionada con lograr que el cuerpo de una madre soporte y promueva el crecimiento de su hijo, y que se mantenga pendiente de él.

Hemos ido descubriendo que está relacionada con hacernos más generosos, producir lazos más cercanos y profundos, aumentar la confianza que tenemos en otros y perder el miedo a ser sociales. Importantes neurocientíficos como el estonioamericano Jaak Panksepp han dedicado su vida a entender los múltiples factores que nos unen, y han concluido que estas descargas hormonales efectivamente van más allá de la maternidad, y que juegan roles definitivos a la hora de estrechar lazos sociales entre individuos de la misma o de otra especie.

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Mamíferos amorosos

Y si esta producción hormonal (que no es la única) fuera la clave para hablar de amor, no tendríamos ninguna duda, los mamíferos podemos amar. Amar es un cúmulo de reacciones bioquímicas que producimos ante algo físico o incluso imaginario. Por eso es válido decir que se ama a alguien que nunca se ha conocido, tanto como se puede amar a un figura que se ha construido con el imaginario, o con la fe, como amar a un Dios. Si el cerebro reacciona y nos da felicidad la existencia etérea de ese ser, dándonos bienestar… ¿por qué no sería amor?

Y si nuestros amigos animales producen las mismas sustancias que nosotros, su cerebro cuenta con las mismas terminales nerviosas para asimilar y distribuir esas hormonas, son felices por vernos, les da bienestar, ganas de levantarse de las enfermedades, motivos para mover la cola, ronronear y sonreír, aún cuando estén débiles o enfermos… ¿cómo negar que nos aman? Bueno, pues por si quedara alguna duda, en la UNAM se han realizado estudios en perros entrenados para mantenerse cómodos en un resonador magnético, que demuestran cómo su Córtex Temporal se enciende tal como el nuestro, al identificar caras humanas en las fotos, y más aún, cuando ve a su amor humano.

Y con estos elementos científicos, todavía viene un bono: Los animales, a diferencia nuestra, pueden hacer todo, excepto fingir emociones, porque eso sí se aprende entre humanos. En ellos, si parece que algo les atemoriza, es cierto; si algo los entristece, es verdad; y si se nota que aman a alguien… puedes estar seguro que es una de las formas de amor más puras y sinceras de la naturaleza.

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