Dra. Claudia Ivett Romero-Delgado
Profesora investigadora de la Escuela de Comunicación de la Universidad Panamericana, México.
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En los últimos años, se ha vuelto común ver espacios que se anuncian como espacios pet friendly. Este fenómeno ha tomado fuerza en ciudades como Buenos Aires, Ciudad de México, Bogotá, Lima o Santiago, donde gobiernos locales y marcas por igual han abrazado la narrativa del amor por los animales. Pero más allá de los hashtags cabe preguntarse: ¿realmente vivimos en ciudades pet friendly o es sólo una estrategia de marketing bien afinada?
Ser una ciudad pet friendly no debería significar únicamente permitir la entrada de animales a establecimientos. Implica también una infraestructura adecuada, regulaciones claras y, sobre todo, una cultura de respeto hacia los animales y sus cuidadores. En este sentido, muchas urbes latinoamericanas aún están lejos de cumplir con los requisitos para ser consideradas verdaderamente amigables con las mascotas.

Por ejemplo, según el INEGI, en México hay más de 28 millones de perros, de los cuales el 70% vive en situación de calle. Aunque la Ciudad de México presume zonas como la Condesa o Coyoacán por su apertura a los animales, basta con alejarse del centro para notar la falta de espacios seguros y adecuados. Las banquetas irregulares, la escasez de mobiliario urbano adaptado para mascotas y el transporte público aún cerrado a animales dificultan la movilidad y el bienestar tanto de humanos como de sus compañeros peludos.
En Buenos Aires el 78% de los hogares tienen al menos una mascota, por lo que se han implementado iniciativas como el “Subte Mascota”, que permite viajar con animales pequeños en el metro. No obstante, los problemas persisten en la falta de políticas de adopción, control poblacional y abandono, fenómenos que siguen creciendo pese a los esfuerzos de ONGs y activistas.
En Bogotá, donde hay más de 1 millón de perros y gatos domésticos, el Instituto Distrital de Protección y Bienestar Animal (IDPYBA) reporta que se rescatan alrededor de 1,800 animales al año, y se promueven campañas de adopción responsable, aunque muchos barrios periféricos siguen sin acceso a servicios veterinarios públicos.


Desde el sector privado, muchas marcas han capitalizado el afecto por los animales para posicionarse: cafés con menú para perros, sesiones de spa para gatos y tiendas de ropa especializada parecen ser símbolos de una ciudad pet lover. Sin embargo, esto no siempre se traduce en políticas de inclusión o bienestar animal a largo plazo. La pregunta que debemos hacernos es: ¿a quién beneficia realmente esta imagen?
Para leer el resto de la nota, consulta la edición 61 de Pet’s Life aquí.