En unos segundos, Umi había desaparecido entre el ajetreo de la mudanza. ¿Encontraría el camino de vuelta antes de que todos se hayan ido?
Aly Noris
La barda de la que caí tenía un espacio libre contra la barda de edificio vecino, así que aterricé en un lugar estrecho y oscuro que por el momento, me haría sentir a salvo de tanto movimiento y ruido del que había escapado, pero muy pronto me di cuenta que no me podía mover bien, ni salir, lo cual me llevó a la desesperación.
Podía escuchar mi nombre: -“¡Umiiiiii!, ¡Umiiiii!”
La voz de mis humanos se mezclaba con los olores… la caja de arena… mi comida… Ellos las habían acercado a las afueras del edificio para que yo fuera, ¡y eso quería, pero no podía!
En unas horas cayó la noche y comenzó a llover, lo que disipaba los olores. Ya no podía estar seguro si me seguían buscando porque no los podía escuchar por el ruido del agua y de los autos.
Maullé todo lo que pude, pero ya eran muy débiles mis voces por el cansancio tras 4 o 5 horas intentándolo… así que me rendí. Empecé a escuchar menos ruido, a tener sueño… a hundirme en el silencio.
Aún oscuro, de madrugada, alrededor de las 5:30 de la mañana, la voz de Karen me despertó de nuevo. Suave y a lo lejos, pero en el silencio previo al amanecer, la pude escuchar otra vez.
Ella lo sabía: buscar a un michi en la madrugada era la mejor idea, ya sin el caos o el ruido.
Podía escuchar cómo le hablaba a otros Michis que rondaban si me habían visto. Su voz se hacía más fuerte y volvía a bajar, como si se acercara y alejara, deambulando sin adivinar el diminuto espacio en que estaba. Con el frío del aire, la hora y la lluvia que me había empapado, encontré mis últimas fuerzas y maullé de nuevo.
¡Me escuchó! ¡Gritó mi nombre y volví a maullar, y así continuamos hasta que de pronto una luz me iluminó desde arriba!
Era mi Karen con su celular, desde lo alto, me había visto, y al levantar mis ojos que reflejaban su luz logró ubicarme bien.
Karen estaba embarazada, en una etapa ya avanzada, pero así subió a la barda, metió una tabla delgada por la que pude subir apenas los pasos suficientes para sentir su mano tomarme del lomo y llevarme a sus brazos de nuevo.
Nunca había entendido el sentido de la paz tanto como esa madrugada, en ese instante, entre los brazos de Karen que reía y sollozaba al mismo tiempo. Desde entonces, salir a la calle no está en mi interés nunca más, y la presencia de mi familia humana me tranquiliza, pues sé que siempre me van a cuidar.
¿Cómo comenzó la vida de Umi? No te quedes sin leer la parte I, aquí.